Cuando murió mi padre, yo estaba viviendo en Nueva York. Era un jueves, pasadas las 10 de la mañana, y yo me encontraba en la lavandería de la esquina esperando que se terminara de secar mi ropa. Por mientras, usaba uno de los computadores del local para buscar donde compraría mi próximo computador, ya que el pasado lo había vendido justo el día anterior.
Suena mi celular y al otro lado del teléfono aparece Carlos Casanueva, el mejor amigo de mi padre. “Catucho! Que rico oírte!”, fue mi primera exclamación ante la agradable sorpresa de oír su voz, pero antes de terminar la breve frase ya me parecía raro que Catucho me estuviese llamando. “Hola Leo, te llamo con una mala noticia… se murió tu papá.” No hay forma fácil de decirlo, y creo que lo hizo de la mejor manera: directo y sin rodeos. Entre el impacto, la sensación de desorientación, y la incredulidad, le pregunté qué había pasado. “Lo atropellaron cruzando Kennedy.” Reventé en un llanto desconsolado, y le dije que me tomaría el primer vuelo a Santiago.
Por suerte tenía varios amigos muy cercanos viviendo en NYC. La primera cara conocida que vi fue a mi amiga Pía Leighton, y me entregué a buscar consuelo en sus abrazos. Poco después llegó Mike Mabes, mi compañero de departamento, Diego Casanueva, hijo de Catucho, y la querida Kana Cussen.
El último en llegar fue mi amigo Sebastián Silva. Con Sebastián habíamos compartido durante varios meses un departamento en Zapallar, y luego en Nueva York habíamos hecho lo mismo por varias semanas. Es un amigo muy cercano desde hace muchos años.
Al igual que con cada persona que iba llegando, alguien le explicó lo sucedido. Como si nada, Seb se puso a contar que en el camino a encontrarse con nosotros, había visto una paloma muerta. Una paloma que había muerto atropellada. Diego y la Kana lo miraron con una cara de impresión, haciendole entender que no era el momento de hablar de atropellos y cadáveres. Yo no me preocupé tanto, simplemente pensé que era otro análisis más de la realidad, de parte de mi amigo Sebastián. Él me empacó la maleta, mientras Mike, Diego y Kana me ayudaron a concluir mis últimos trámites en la ciudad, y la Pía me fue a dejar al aeropuerto.
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