Shinrinyoku

Los árboles nos superan en número y longevidad, sin embargo no les entregamos el respeto que merecen. Quizás la solución sea darnos más baños de bosque.

Shinrinyoku

Shinrin-yoku, en japónes significa baño (yoku) de bosque (shinrin): Contemplar el bosque a través de todos nuestros sentidos.

Si has leído este blog antes, sabes que mi obsesión es la ciencia, literalmente: el estudio e interpretación de los fenómenos naturales.

Mientras más observamos e investigamos los fenómenos naturales, más mágico e improbable parece todo, pero sin embargo la naturaleza no es magia, es ciencia.

Los humanos somos el único organismo — hasta donde sabemos — que escribe, registra, graba y fotografía la historia de este planeta. Por consecuencia toda la documentación que existe acerca del planeta Tierra es, predominantemente, antropocéntrica.

Hay más de 7 mil 800 millones de humanos vivos hoy en el mundo, por lo que no es equívoco pensar que somos una de las especies más protagónicas del planeta, especialmente si nos comparamos por ejemplo con las menos de 20 mil ballenas azules que quedan.

Sin embargo, hay más organismos vivos en una cucharada de tierra que todos los humanos que jamás han vivido.

Estamos lejos de ser los únicos habitantes de este planeta, pero somos los que por lejos tenemos mayor influencia negativa sobre la vida de todos los organismos vivos de la Tierra (una gran influencia que podemos revertir).

Las plantas, por el contrario, son lejos las que tienen más influencia positiva.

Se estima que la biomasa de plantas en la Tierra es 1.000 veces superior a la de los animales. Sí, incluso si sumamos el cuatrillón de hormigas que controlan cada milímetro de donde viven, las plantas ganan.

Shinrinyoku con un koywe (Nothofagus dombeyi) y pellín (Nothofagus obliqua). (cc) Leo Prieto

Lamentablemente, la mayoría del tiempo pareciera que nos olvidamos de los demás habitantes como si sólo existiéramos los humanos.

Covid-19 fue rápidamente considerado una crisis global de forma casi unánime, pero todavía hay países completos que no reconocen la mayor crisis global: la crisis ambiental.

Afortunadamente, no es el caso de América Latina.

Este continente es el que tiene mayor porcentaje de personas preocupadas por la crisis climática: El 74% considera que el cambio climático es un problema grave y el 77% dice que está dañando a las personas ahora, lo que es 20 puntos más alto que la mediana mundial según el Pew Research Center (2015).

Brasil y Chile están en el 1° y 4° lugar del mismo estudio, respectivamente, superando a casi todos los países del hemisferio norte.

Si somos los que mayor conciencia tenemos sobre la crisis climática, más responsabilidad tenemos de ayudar a los demás humanos a desacelerar y ojalá revertirla.

No hay una sola solución mágica (ni científica) que revierta la crisis completa.

Necesitamos trabajar en múltiples frentes, desde reducir nuestro consumo y desecho (especialmente los desechos de alimentos), implementar sistemas silvopastoriles o agricultura regenerativa, controlar el crecimiento de la población humana, reducir el desplazamiento incesante de personas y carga, priorizar energías renovables y limpias, entre muchas otras cosas.

En resumidas cuentas, partir por hacer todo lo que podamos por reducir nuestras emisiones de dióxido de carbono.

Pero sólo reducir emisiones no es suficiente, también tenemos que capturar el carbono que hoy ya está en la atmósfera.

Ahí es donde la influencia de las plantas en nuestro planeta es crítico.

Tal como aprendimos en el colegio acerca de la fotosíntesis, las plantas usan el Sol para convertir el dióxido de carbono y agua en energía. Ese carbono pasa en parte a formar su tallo o tronco, mientras que la gran mayoría es transferida por sus raíces al subsuelo, alimentando a miles de millones de otros organismos — sin mencionar que al mismo tiempo producen el delicioso oxígeno que expulsan por sus hojas.

Shinrinyoku de otoño en el Parque Botánico de la Universidad Austral (UACh) en Valdivia. (cc) Leo Prieto

Muchos más bosques

Mientras más tiempo pasemos contemplando nuestros bosques, más se nos hace evidente lo mucho que los necesitamos. No sólo debemos reducir la deforestación y erosión, también debemos activamente aumentar la aforestación y reforestación.

Si cada ser humano en el planeta deja 130 árboles más de los que habían cuando nació, habremos aumentado en un 33% la cantidad total de árboles. Eso representaría 1 billón de árboles más. Un millón de millones de árboles para sumar a los 3 billones que hoy existen — un número considerable pero que es apenas la mitad de lo que alguna vez hubo.

Plantarlos es sólo el principio, luego debemos asegurar su permanencia por el mayor tiempo posible.

Algunos, como los majestuosos lawales o alerces patagónicos vivirán más de 3.000 años capturando miles de toneladas de CO₂, otros quizás maduren y caigan a los 30 años. Pero esa diversidad de especies, longevidades y arquitecturas es parte del sano desarrollo de un ecosistema.

Porque no podremos revertir el cambio climático sólo plantando árboles individuales, la solución es plantar muchos bosques, muchos ecosistemas, muchas comunidades de organismos vivos.

No importa si vives en una gran ciudad o en un pequeño pueblo rural, busca un bosque silvestre o plantado en el que puedas hacer shinrin-yoku, un baño de bosque para contemplar que sin ellos no existiríamos.

Shinrinyoku de primavera en Central Park en Nueva York y de otoño en Englischer Garten en München. (cc) Leo Prieto

Ojalá que así respetemos su importancia y sea evidente nuestra responsabilidad de ayudar a que hayan 130 árboles más de lo que habían antes de que cada uno naciera.

Quién sabe, en una de esas haciendo shinrin-yoku se acaba la crisis.


Todas las fotos de este artículo fueron tomadas por Leo Prieto y son licenciadas con algunos derechos reservados. Se pueden usar de forma liberada mientras se mantenga la atribución y su uso sea no comercial. (cc) by-nc-sa